miércoles, 25 de marzo de 2009

LA ULTIMA CENA

El Judas de la Cena

El gran Leonardo De Vinci, pintor de gran excelencia,
Astrólogo, matemático, y escultor en una pieza;
Busca refugio en Milán, abandonando Florencia
Por hostil a sus empeños y a sus anhelos estrecha.

Y allí su genio florece, y de su insigne paleta
Surgen tan bellas creaciones, concepciones tan excelsas
Que más que un mortal parece un dios que a su antojo crea
Un mundo de maravilla y de inefable belleza.

Santa María de las Gracias, convento de la leyenda
Que la historia ha consagrado, abre a Leonardo las puertas;
Y pan y abrigo recibe junto a sus piadosas rejas
Quien lleva, como Colón, otro mundo en la cabeza.

Los monjes, alborozados, al gran Leonardo le ruegan
Que sobre el antiguo muro, del refectorio muy cerca,
Pinte su pincel divino de Jesús la última cena.

Leonardo, entonces, medita…¡su egregio númen despierta!
Y en vocación muy sublime, haciendo acopio de ciencia,
De datos y tradiciones, comienza la magna obra que hoy el mundo reverencia;
Asombro de las edades y valiosísima herencia
Que legó El Renacimiento a las razas venideras.

Más, pasa el tiempo y Leonardo de su tablado se encierra,
Y su tardanza es muy cruel, a los frailes desespera.
"Busco a Cristo…" les replica, "y mis ojos no lo encuentran.
El modelo que yo sueño tal ves no exista en la tierra.

Quiero un hombre en cuyo rostro estén hondamente impresas
La pureza y la virtud, la bondad y la inocencia;
En cuya radiante frente como rosales florezcan
Las ideas de redención que él predicaba en la tierra,
Y cuya dulce mirada turbe la inmortal tristeza
De los dolores del mundo y las humanas flaquezas".

Hasta que por fin un día en el coro de la iglesia,
Halla el ansiado modelo que le preocupa y le inquieta.
Es un joven elegante de cuya frondosa cabeza
desciende, formando ondas, abundante cabellera.

De ojos claros y profundos, de nariz fina y correcta;
Conjunto tan armonioso y tan noble gentileza,
Que Leonardo no vacila y al refectorio lo lleva;
Y en labor sabia y paciente, y en concentración suprema,
La figura de Jesús va surgiendo de la cena.

Inclinada sobre el pecho la noble y gentil cabeza,
Con los brazos extendidos como si decir quisiera:
"Os digo que, entre vosotros, habrá uno que me venda…"

Pero transcurren diez años, y aún el fresco de la cena
Permanece entre cortinas sin que ninguno se atreva,
en curiosa indiscreción, a Leonardo pedir cuentas.

Hasta que por fin el buen prior hasta el artista se acerca
Y con humildad le exige, y con firmeza le ruega
La terminación del cuadro que ya a todos desespera.

Leonardo, entonces, le advierte sin ocultar su impaciencia:
"Aún hay un hueco en el cuadro donde mi pincel no llega…
El que pertenece a Judas, y el modelo no se encuentra.
Lo busco en vano, señor, por tugurios y galeras.

Lo veo dentro de mí mismo: su sonrisa es una mueca,
En sus ojos hay relámpagos de traición y de blasfemia.
Tiene el rostro una malicia de crimen y de vileza…
Es un ente despreciable, alguien que el demonio engendra
En venganza de que un día, en castigo a su soberbia,
Por mandato del Eterno fue arrojado a las tinieblas.
¿Acaso la humanidad purificada en Judea
No halla vuelto a producir un alma tan ruin y abyecta?

Más, al entrar una noche en nauseabunda taberna,
Entre el hampa abominable que aquel paraje frecuenta,
Halla por fin el modelo para el Judas de la cena.

Y lo lleva al refectorio, y frente al muro lo sienta,
Y en menos de una semana surge la horrible silueta
En cuya torva mirada y en cuyo rostro de fiera
Hay hálitos de traición y ráfagas de blasfemia.

Y al despedir a aquel hombre de repugnante presencia
Le entrega el pintor, en pago, una bolsa de monedas;
Y él, al contarlas, replica con cinismo que exaspera:
"¿A Judas habéis pagado mejor que a Cristo…!"

"¡Oh, espera…!" dice Leonardo mirando aquel rostro tan de cerca,
"¿ Acaso sois…?" "Sí, soy yo, el desdichado contesta,
Aquel que un día escogisteis en el coro de la iglesia
Para servir de modelo al Cristo de vuestra cena.

El mismo que hace diez años ocupara esta banqueta
Para modelar al Justo cuando mi vida era buena.
Pero la maldad, el crimen, los vicios y la miseria
Han hecho de mí este andrajo, del mundo baldón y afrenta.
Este Judas miserable que hoy rueda por las tabernas
Como un mísero despojo del joven que antes yo era…"

Queda absorto el gran Leonardo ante el horrible dilema…
Mientras allá, sobre el muro que copia la última cena,
Tal parece que Jesús dice con angustia inmensa:
"Os digo que, entre vosotros, habrá uno que me venda…"
Bella representación de la última cena realizada en el Africa negra. Este cuadro en tela se conserva en la casa de los Asuncionistas de Leganés. Cedido por Jose Ignacio Ciordia para su reproducción.

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