domingo, 28 de diciembre de 2008

SAGRADA FAMILIA

Domingo de la Sagrada Familia por Ángel Moreno de Buenafuente
La Palabra de Dios, que nos acompaña en este domingo, dentro de la octava de Navidad, está colmada de referencias a las relaciones familiares entre los esposos entre sí, los padres con los hijos y las de estos con sus progenitores. De una u otra manera, todos deberemos vivir en relación. Es el principio de la plenitud humana. La persona que sólo piensa en sí misma se destruye. Las relaciones humanas tienen su analogado en las relaciones divinas. El misterio divino, revelado en Jesucristo, nos ofrece el ejemplo de cómo deberemos tratarnos unos a otros.
Estos días celebramos, de manera especial, la revelación del amor de Dios, manifestado en su Hijo único, en su Hijo amado.
Jesús, a lo largo de su vida, nos enseña a llamar a Dios: “Padre”. Jesús, nacido de mujer, nacido como uno de tantos, amó a su Madre, nunca la dejó sola, ella fue la siempre amada, protegida, acompañada. Jesús derribó el muro de la división entre judíos y gentiles, esclavos y libres, y fundó la fraternidad universal. Jesús a sus discípulos los llamó amigos. El Evangelio instaura las relaciones divinas entre los humanos.
La Buena Noticia del nacimiento del Mesías, instaura un modo de vida diferente. La humanidad redimida forma un solo cuerpo con Cristo, todos los creyentes somos constituidos familia de Dios, hijos de Dios por adopción. El matrimonio cristiano es la forma de vida que se funda en el amor divino, en el amor esponsal de Cristo a su Iglesia. La comunidad cristiana, de manera especial la que forman los consagrados, es sacramento de los hermanos que hacen posible la presencia de Cristo en medio de ellos y se convierte en recinto entrañable de perdón, ayuda, respeto mutuos, signo que atrajo la mirada de muchos desde los primeros tiempos del cristianismo.
La carta de San Pablo a los Colosenses ofrece las claves de nuestras relaciones interpersonales, vertebradas en el amor, ceñidor de la unidad. A manera de ajuar, el Apóstol describe las distintas virtudes necesarias para la convivencia. Como si en estas fechas nos fuéramos a adquirir ropa de abrigo, el Apóstol nos recomienda algunas prendas más importantes: Mansedumbre, bondad, humildad, compasión, paciencia, perdón, gratitud, solidaridad, corrección fraterna.
Las virtudes se sostienen con la referencia a la paz de Cristo.
La paz en el corazón, árbitro del bien hacer, es norma en el discernimiento. Es un don convivir con el sentimiento de privilegio, porque cuando amas al otro, Dios se siente amado.
Cuando respetas al otro, la relación adquiere la expresión más digna.
El icono de las relaciones entre María y José, entre ellos y Jesús, entre Jesús y su Padre Dios, entre el Maestro y sus discípulos, es una referencia permanente para los cristianos, para los llamados a formar la familia de los hijos de Dios.

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